9. Unidos en Cristo para que el mundo crea
El mismo Jesús quiso que todos estuviéramos unidos para que todo el mundo crea que Él es el Enviado de Dios.
El mismo Jesús quiso que todos estuviéramos unidos para que todo el mundo crea que Él es el Enviado de Dios. El mismo Espíritu Santo nos une y asiste al Papa y a los Obispos para que unan a todos en la fe y en la caridad.
Entre los que creyeron en Él, Jesús eligió a los Apóstoles y luego éstos designaron a los Obispos como sucesores. Los apóstoles y los obispos recibieron el Espíritu Santo para ser los principales testigos de la resurrección de Cristo y para conducir al Pueblo de Dios con el ejemplo de su vida y con su autoridad espiritual. Los Obispos están al servicio de todos: enseñan, santifican y guían en nombre de Cristo, representando al Padre que está en el Cielo.
Cada Obispo tiene sus colaboradores inmediatos que son los sacerdotes. Ellos han sido elegidos de entre los hombres y puestos en favor de los hombres para todo aquello que se refiere al servicio de Dios. Los sacerdotes han sido consagrados por el Obispo y han sido enviados para servir a Cristo y a la Iglesia. En nombre del Obispo y unidos a él predican el Evangelio, presiden y consagran la Eucaristía, perdonan los pecados y procuran que los cristianos sigan a Cristo en toda su vida.
Y para que los mismos Obispos, junto con sus sacerdotes y con todo el Pueblo de Dios, estén firmemente unidos, Jesús puso al frente de la Iglesia al Apóstol Pedro. El sucesor de Pedro es el Papa que guía a sus hermanos en la verdad y los confirma en la fe. El Espíritu Santo lo asiste de un modo particular. El Papa es infalible cuando habla como Pastor y Maestro de la Iglesia universal y define una doctrina de fe o una norma de vida cristiana.
Todos los hombres están llamados a formar parte del Pueblo de Dios. Por eso la Iglesia se llama católica, es decir, universal, y se esfuerza por extenderse al mundo entero y a todos los tiempos. Por eso también este Pueblo es uno y único, a pesar de que esta unión aún no se haya logrado del todo.
El Pueblo de Dios recibió de Jesús la misión de hacer conocer su Evangelio a todos los hombres y de llamarlos a la fe. Por eso la Iglesia es fundamentalmente misionera. La enseñanza del Evangelio corresponde en primer lugar a los Obispos, sucesores de los Apóstoles. Todos y cada uno de nosotros, aunque de diversas maneras, somos enviados a dar testimonio de Cristo con la palabra y el ejemplo de vida. Porque en Jesús se realiza el Reino de Dios: la paz y la unidad entre los hombres, el perdón de Dios y la vida eterna.
Siguiendo el ejemplo del mismo Jesús, nosotros no dejamos de orar y de trabajar para que todos los hombres y particularmente los que llevan el nombre de cristianos, se unan en paz. De este modo rogó Jesús en la última Cena.
“Padre, así como Tú me enviaste al mundo
yo también los envío al mundo.
No ruego solamente por ellos,
sino también por los que,
gracias a su palabra, creerán en Mí.
Que todos sean uno,
como Tú, Padre, estás en Mí y yo en Tí;
que también ellos sean uno en nosotros
para que el mundo crea
que Tú me enviaste ...
y que yo los amé como Tú me amaste”.
Evangelio de Juan 17, 18. 20-21. 23
Guiados por el Espíritu Santo y unidos al Papa y a los Obispos, los creyentes están seguros en su fe de la cual deben ser testigos con su vida.
Leamos en la Biblia
Institución de los Doce
Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.
Misión de los Doce
A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento.
Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. Y si no los reciben ni quieren escuchar sus palabras, al irse de esa casa o de esa ciudad, sacudan hasta el polvo de sus pies. Les aseguro que, en el día del Juicio, Sodoma y Gomorra serán tratadas menos rigurosamente que esa ciudad.
La persecución a los Apóstoles
Yo los envío como a ovejas en medio de lobos: sean entonces astutos como serpientes y sencillos como palomas.
Cuídense de los hombres, porque los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas. A causa de mí, serán llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos. Cuando los entreguen, no se preocupen de cómo van a hablar o qué van a decir: lo que deban decir se les dará a conocer en ese momento, porque no serán ustedes los que hablarán, sino que el Espíritu de su Padre hablará en ustedes.
El hermano entregará a su hermano para que sea condenado a muerte, y el padre a su hijo; los hijos se rebelarán contra sus padres y los harán morir. Ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre, pero aquel que persevere hasta el fin se salvará. Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra, y si los persiguen en esta, huyan a una tercera. Les aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes de que llegue el Hijo del hombre.
La valentía de los Apóstoles
El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño. Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa! No les teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas. No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena. ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros. Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres.
Jesús, signo de contradicción
No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
La manera de recibir a los Apóstoles
El que los recibe a ustedes, me recibe a mí; y el que me recibe, recibe a aquel que me envió. El que recibe a un profeta por ser profeta, tendrá la recompensa de un profeta; y el que recibe a un justo por ser justo, tendrá la recompensa de un justo. Les aseguro que cualquiera que dé de beber, aunque sólo sea un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños por ser mi discípulo, no quedará sin recompensa».
Evangelio de Mateo 10
La interpretación de los signos de los tiempos
Los fariseos y los saduceos se acercaron a él y, para ponerlo a prueba, le pidieron que les hiciera ver un signo del cielo. Él les respondió: «Al atardecer, ustedes dicen: “0Va a hacer buen tiempo, porque el cielo está rojo como el fuego”. Y de madrugada, dicen: “Hoy habrá tormenta, porque el cielo está rojo oscuro”. ¡De manera que saben interpretar el aspecto del cielo, pero no los signos de los tiempos! Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro signo que el de Jonás». Y en seguida los dejó y se fue.
Advertencia contra la doctrina de los fariseos y los saduceos
Al pasar a la otra orilla, los discípulos se olvidaron de llevar pan. Jesús les dijo: «Estén atentos y cuídense de la levadura de los fariseos y de los saduceos». Ellos pensaban: «Lo dice porque no hemos traído pan». Jesús se dio cuenta y les dijo: «Hombres de poca fe, ¿cómo están pensando que no tienen pan? ¿Todavía no comprenden? ¿No se acuerdan de los cinco panes para cinco mil personas y del número de canastas que juntaron? ¿Y tampoco recuerdan los siete panes para cuatro mil personas, y cuántas canastas recogieron? ¿Cómo no comprenden que no me refería al pan? ¡Cuídense de la levadura de los fariseos y de los saduceos!». Entonces entendieron que les había dicho que se cuidaran, no de la levadura del pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos.
La profesión de fe de Pedro
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?». Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas». «Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?». Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo». Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
El primer anuncio de la Pasión
Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: «Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá». Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».
Condiciones para seguir a Jesús
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino».
Evangelio de Mateo 16
El lavatorio de los pies
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?». Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás». «No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte». «Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!». Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos». Él sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios».
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.
Les aseguro
que el servidor no es más grande
que su señor,
ni el enviado más grande que el que lo envía.
Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican. No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice:
El que comparte mi pan
se volvió contra mí.
Les digo esto desde ahora,
antes que suceda,
para que cuando suceda,
crean que Yo Soy.
Les aseguro
que el que reciba al que yo envíe,
me recibe a mí,
y el que me recibe, recibe al que me envió».
Evangelio de Juan 13, 1-20
El Papa, los Obispos y los Sacerdotes tienen una gran responsabilidad en la Iglesia y en el mundo.
¿Conoce usted su actuación?
¿Qué sabe usted sobre el Concilio Vaticano II?
¿Vale la pena jugarse para dar testimonio de Cristo?