6. La historia del pueblo de Dios
El Pueblo del que formamos parte por nuestro bautismo tiene una historia.
El Pueblo del que formamos parte por nuestro bautismo tiene una historia.
Unos dos mil años antes de Jesucristo, Dios eligió y preparó un Pueblo para salvar a todos los hombres, porque así lo había prometido desde el principio, cuando después del primer pecado, por el que los hombres perdieron su amistad, les prometió un Redentor. Para esto llamó a Abraham a fin de hacerle padre de un pueblo numeroso. Abraham era un hombre de fe: creyó en la promesa de Dios y le obedeció. Más tarde, sus descendientes cayeron en la esclavitud de los egipcios. Pero por medio de Moisés, Dios los libró y los condujo a la tierra que les tenía prometida. Mientras peregrinaban por el desierto, Dios estableció con ellos un acuerdo y les dio sus mandamientos:
Yo seré vuestro Dios
Y vosotros seréis mi pueblo
Esta es la alianza de Dios con su Pueblo.
El Pueblo de Dios era un Pueblo pequeño y peregrino que sólo podía confiar en el poder de su Dios. Era el Pueblo Judío o Israelita y la tierra que Dios le dio era Palestina. Todos los años celebraban la Pascua: la fiesta de su liberación por Dios y de la Alianza que hizo con ellos.
Dios acompañó a su Pueblo a lo largo de toda su historia; le manifestó su providencia, su amor y su fidelidad a pesar de que el Pueblo muchas veces fue infiel a la Alianza. Dios instruyó y guió a su Pueblo por medio de la Ley y de los Profetas. Estos hablaban en nombre de Dios para recordarles todo lo que Dios hizo por su Pueblo y la Alianza contraída.
Dios enseñó a su Pueblo que El creó con su sola palabra todas las cosas. Creó el universo y todo lo que contiene y le puso un orden admirable. Creó también al ser humano a su imagen y semejanza, inteligente y libre. Lo creó con cuerpo y alma, varón y mujer, para que lo conozca y lo ame, domine la tierra y la ponga a su servicio. También los ángeles fueron creados por Dios. Algunos de ellos se rebelaron contra Dios. Fueron condenados por Dios al infierno; ellos nos tientan e incitan al mal. Son los que llamamos demonios.
Por medio de los Profetas anunció y prometió a su Pueblo mandar un Salvador y lo fue preparando progresivamente para recibirlo. El Salvador, enviado por Dios, sería la luz de todos los pueblos del mundo y vendría a sellar una Alianza Nueva y definitiva con todos los hombres. La promesa de Dios se cumplió en Jesucristo que murió y resucitó por todos.
Así decían los profetas en nombre de Dios:
“Mirad que vendrá un tiempo
en que haré una Alianza;
no será como la primera,
que rompieron vuestros antepasados.
Yo escribiré mis mandamientos en su corazón,
les daré un corazón y un espíritu nuevo.
Les quitaré ese corazón de piedra
para darles un corazón de carne.
Este es mi Hijo muy querido,
mi predilecto.
Yo lo he destinado para ser luz de las naciones,
para que llegue la salvación al mundo entero”.
Jeremías 31; Ezequiel 36; Isaías 49
Jesús es el Salvador prometido por Dios para salvar a todos los hombres y establecer la Nueva Alianza.
Leamos en la Biblia
Segundo discurso de Pedro
Como él no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, lleno de asombro, corrió hacia ellos, que estaban en el pórtico de Salomón. Al ver esto, Pedro dijo al pueblo: «Israelitas, ¿de qué se asombran? ¿Por qué nos miran así, como si fuera por nuestro poder o por nuestra santidad, que hemos hecho caminar a este hombre? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de él delante de Pilato, cuando este había resuelto ponerlo en libertad. Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un homicida, mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Por haber creído en su Nombre, ese mismo Nombre ha devuelto la fuerza al que ustedes ven y conocen. Esta fe que proviene de él, es la que lo ha curado completamente, como ustedes pueden comprobar. Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes obraron por ignorancia, lo mismo que sus jefes. Pero así, Dios cumplió lo que había anunciado por medio de todos los profetas: que su Mesías debía padecer.
Por lo tanto, hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados. Así el Señor les concederá el tiempo del consuelo y enviará a Jesús, el Mesías destinado para ustedes. Él debe permanecer en el cielo hasta el momento de la restauración universal, que Dios anunció antiguamente por medio de sus santos profetas. Moisés, en efecto, dijo: El Señor Dios suscitará para ustedes, de entre sus hermanos, un profeta semejante a mí, y ustedes obedecerán a todo lo que él les diga. El que no escuche a ese profeta será excluido del pueblo. Y todos los profetas que han hablado a partir de Samuel, anunciaron también estos días. Ustedes son los herederos de los profetas y de la Alianza que Dios hizo con sus antepasados, cuando dijo a Abraham: En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra. Ante todo para ustedes Dios resucitó a su Servidor, y lo envió para bendecirlos y para que cada uno se aparte de sus iniquidades».
Hechos de los Apóstoles 3, 11-26
El discurso de Esteban
El Sumo Sacerdote preguntó a Esteban: «¿Es verdad lo que estos dicen?». Él respondió: «Hermanos y padres, escuchen: El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham, cuando aún estaba en la Mesopotamia, antes de establecerse en Jarán, y le dijo: “Abandona tu tierra natal y la casa de tu padre y ve al país que yo te indicaré”. Abraham salió de Caldea para establecerse en Jarán. Después de la muerte de su padre, Dios le ordenó que se trasladara a este país, donde ustedes ahora están viviendo. Él no le dio nada en propiedad, ni siquiera un palmo de tierra, pero prometió darle en posesión este país, a él, y después de él a sus descendientes, aunque todavía no tenía hijos. Y Dios le anunció que sus descendientes emigrarían a una tierra extranjera, y serían esclavizados y maltratados durante cuatrocientos años. Pero yo juzgaré al pueblo que los esclavizará —dice el Señor— y después quedarán en libertad y me tributarán culto en este mismo lugar. Le dio luego la alianza sellada con la circuncisión y así Abraham, cuando nació su hijo Isaac, lo circuncidó al octavo día; Isaac hizo lo mismo con Jacob, y Jacob con los doce patriarcas.
Los patriarcas, movidos por la envidia, vendieron a su hermano José para que fuera llevado a Egipto. Pero Dios estaba con él y lo salvó de todas sus tribulaciones, le dio sabiduría, y lo hizo grato al Faraón, rey de Egipto, el cual lo nombró gobernador de su país y lo puso al frente de su casa real. Luego sobrevino una época de hambre y de extrema miseria en toda la tierra de Egipto y de Canaán, y nuestros padres no tenían qué comer. Jacob, al enterarse de que en Egipto había trigo, decidió enviar allí a nuestros padres. Esta fue la primera visita. Cuando llegaron por segunda vez, José se dio a conocer a sus hermanos, y el mismo Faraón se enteró del origen de José. Este mandó llamar a su padre Jacob y a toda su familia, unas setenta y cinco personas. Jacob se radicó entonces en Egipto, y allí murió, lo mismo que nuestros padres. Sus restos fueron trasladados a Siquém y sepultados en la tumba que Abraham había comprado por una suma de dinero a los hijos de Emor, que habitaban en Siquém.
Al acercarse el tiempo en que debía cumplirse la promesa que Dios había hecho a Abraham, el pueblo creció y se multiplicó en Egipto, hasta que vino un nuevo rey que no sabía nada acerca de José. Este rey, empleando la astucia contra nuestro pueblo, maltrató a nuestros padres y los obligó a que abandonaran a sus hijos recién nacidos para que no sobrevivieran. En ese tiempo nació Moisés, que era muy hermoso delante de Dios. Durante tres meses fue criado en la casa de su padre, y al ser abandonado, la hija del Faraón lo recogió y lo crió como a su propio hijo. Así Moisés fue iniciado en toda la sabiduría de los egipcios y llegó a ser poderoso en palabras y obras.
Al cumplir cuarenta años, sintió un vivo deseo de visitar a sus hermanos, los israelitas. Y como vio que maltrataban a uno de ellos salió en su defensa, y vengó al oprimido matando al egipcio. Moisés pensaba que sus hermanos iban a comprender que Dios, por su intermedio, les daría la salvación. Pero ellos no lo entendieron así. Al día siguiente sorprendió a dos israelitas que se estaban peleando y trató de reconciliarlos, diciéndoles: “Ustedes son hermanos, ¿por qué se hacen daño?”. Pero el que maltrataba a su compañero rechazó a Moisés y le dijo: “¿Quién te ha nombrado jefe o árbitro nuestro? ¿Acaso piensas matarme como mataste ayer al egipcio?”. A oír esto, Moisés huyó y fue a vivir al país de Madián, donde tuvo dos hijos.
Al cabo de cuarenta años se le apareció un ángel en el desierto del monte Sinaí, en la llama de una zarza ardiente. Moisés quedó maravillado ante tal aparición y, al acercarse para ver mejor, oyó la voz del Señor que le decía: “Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”. Moisés, atemorizado, no se atrevía a mirar. Entonces el Señor le dijo: “Quítate las sandalias porque estás pisando un lugar sagrado. Yo he visto la opresión de mi Pueblo que está en Egipto, he oído sus gritos de dolor, y por eso he venido a librarlos. Ahora prepárate, porque he decidido enviarte a Egipto”.
Y a este Moisés, a quien ellos rechazaron diciendo: ¿Quién te ha nombrado jefe o árbitro nuestro?, Dios lo envió como jefe y libertador con la ayuda del ángel que se apareció en la zarza. Él los liberó, obrando milagros y signos en Egipto, en el Mar Rojo y en el desierto, durante cuarenta años. Y este mismo Moisés dijo a los israelitas: Dios suscitará de entre ustedes un profeta semejante a mí. Y cuando el pueblo estaba congregado en el desierto, él hizo de intermediario en el monte Sinaí, entre el ángel que le habló y nuestros padres, y recibió las palabras de vida que luego nos comunicó. Pero nuestros padres no sólo se negaron a obedecerle, sino que lo rechazaron y, sintiendo una gran nostalgia por Egipto, dijeron a Aarón: “Fabrícanos dioses que vayan al frente de nosotros, porque no sabemos qué le ha pasado a ese Moisés, ese hombre que nos hizo salir de Egipto”. Entonces, fabricaron un ternero de oro, ofrecieron un sacrificio al ídolo y festejaron la obra de sus manos. Pero Dios se apartó de ellos y los entregó al culto de los astros, como está escrito en el libro de los Profetas:
Israelitas,
¿acaso ustedes me ofrecieron víctimas y sacrificios
durante los cuarenta años que estuvieron en el desierto?
Por el contrario, llevaron consigo
la carpa de Moloc y la estrella del Dios Refán,
esos ídolos que ustedes fabricaron para adorarlos.
Por eso yo los deportaré más allá de Babilonia.
En el desierto, nuestros padres tenían la Morada del Testimonio. Así lo había dispuesto Dios, cuando ordenó a Moisés que la hiciera conforme al modelo que había visto. Nuestros padres recibieron como herencia esta Morada y, bajo la guía de Josué, la introdujeron en el país conquistado a los pueblos que Dios iba expulsando a su paso. Así fue hasta el tiempo de David.
David, que gozó del favor de Dios, le pidió la gracia de construir una Morada para el Dios de Jacob. Pero fue Salomón el que le edificó una casa, si bien es cierto que el Altísimo no habita en casas hechas por la mano del hombre. Así lo dice el Profeta:
El cielo es mi trono,
y la tierra la tarima de mis pies.
¿Qué casa me edificarán ustedes,
dice el Señor,
o dónde podrá estar mi lugar de reposo?
¿No fueron acaso mis manos
las que hicieron todas las cosas?
¡Hombres rebeldes, paganos de corazón y cerrados a la verdad! Ustedes siempre resisten al Espíritu Santo y son iguales a sus padres. ¿Hubo algún profeta a quien ellos no persiguieran? Mataron a los que anunciaban la venida del Justo, el mismo que acaba de ser traicionado y asesinado por ustedes, los que recibieron la Ley por intermedio de los ángeles y no la cumplieron».
La lapidación de Esteban
Al oír esto, se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él. Esteban, lleno del Espíritu Santo y con los ojos fijos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios. Entonces exclamó: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios». Ellos comenzaron a vociferar y, tapándose los oídos, se precipitaron sobre él como un solo hombre; y arrastrándolo fuera de la ciudad, lo apedrearon. Los testigos se quitaron los mantos, confiándolos a un joven llamado Saulo. Mientras lo apedreaban, Esteban oraba, diciendo: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Después, poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y al decir esto, expiró.
Hechos de los Apóstoles 7
El valor de la fe
Ahora bien, la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven. Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación.
Por la fe, comprendemos que la Palabra de Dios formó el mundo, de manera que lo visible proviene de lo invisible.
La fe de los antiguos Patriarcas
Por la fe, Abel ofreció a Dios un sacrificio superior al de Caín, y por eso fue reconocido como justo, y así lo atestiguó el mismo Dios al aceptar sus dones. Y por esa misma fe, él continúa hablando, aún después de su muerte.
Por la fe, Henoc fue llevado al cielo sin pasar por la muerte. Nadie pudo encontrarlo porque Dios se lo llevó, y de él atestigua la Escritura que antes de ser llevado fue agradable a Dios. Ahora bien, sin la fe es imposible agradar a Dios, porque aquel que se acerca a Dios debe creer que él existe y es el justo remunerador de los que lo buscan.
Por la fe, Noé, al ser advertido por Dios acerca de lo que aún no se veía, animado de santo temor, construyó un arca para salvar a su familia. Así, por esa misma fe, condenó al mundo y heredó la justicia que viene de la fe.
La fe de Abraham
Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba. Por la fe, vivió como extranjero en la Tierra prometida, habitando en carpas, lo mismo que Isaac y Jacob, herederos con él de la misma promesa. Porque Abraham esperaba aquella ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. También la estéril Sara, por la fe, recibió el poder de concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar.
Todos ellos murieron en la fe, sin alcanzar el cumplimiento de las promesas: las vieron y las saludaron de lejos, reconociendo que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Los que hablan así demuestran claramente que buscan una patria; y si hubieran pensado en aquella de la que habían salido, habrían tenido oportunidad de regresar. Pero aspiraban a una patria mejor, nada menos que la celestial. Por eso, Dios no se avergüenza de llamarse «su Dios» y, de hecho, les ha preparado una Ciudad.
Por la fe, Abraham, cuando fue puesto a prueba, presentó a Isaac como ofrenda: él ofrecía a su hijo único, al heredero de las promesas, a aquel de quien se había anunciado: De Isaac nacerá la descendencia que llevará tu nombre. Y lo ofreció, porque pensaba que Dios tenía poder, aun para resucitar a los muertos. Por eso recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo.
La fe de Isaac, de Jacob y de José
También por la fe, Isaac, en vista de lo que iba a suceder, bendijo a Jacob y a Esaú. Y por la fe, Jacob, antes de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, mientras se inclinaba, apoyado en su bastón. Por la fe, José, al fin de su vida, hizo alusión al éxodo de los israelitas y dejó instrucciones acerca de sus restos.
La fe de Moisés
Por la fe, Moisés, apenas nacido, fue ocultado por sus padres durante tres meses, porque vieron que el niño era hermoso, y no temieron el edicto del rey. Y por la fe, Moisés, siendo ya grande, renunció a ser llamado hijo de la hija del Faraón. Él prefirió compartir los sufrimientos del Pueblo de Dios, antes que gozar los placeres efímeros del pecado: consideraba que compartir el oprobio del Mesías era una riqueza superior a los tesoros de Egipto, porque tenía puestos los ojos en la verdadera recompensa. Por la fe, Moisés huyó de Egipto, sin temer la furia del rey, y se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible. Por la fe, celebró la primera Pascua e hizo la primera aspersión de sangre, a fin de que el Exterminador no dañara a los primogénitos de Israel.
La fe de los israelitas
Por la fe, los israelitas cruzaron el mar Rojo como si anduvieran por tierra firme, mientras los egipcios, que intentaron hacer lo mismo, fueron tragados por las olas. Por la fe, cayeron los muros de Jericó, después que el pueblo, durante siete días, dio vueltas alrededor de ellos. Por la fe, Rahab, la prostituta, no pereció con los incrédulos, ya que había recibido amistosamente a los que fueron a explorar la Tierra.
La fe de los Jueces y de los Profetas
¿Y qué más puedo decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, de Samuel y de los Profetas. Ellos, gracias a la fe, conquistaron reinos, administraron justicia, alcanzaron el cumplimiento de las promesas, cerraron las fauces de los leones, extinguieron la violencia del fuego, escaparon del filo de la espada. Su debilidad se convirtió en vigor: fueron fuertes en la lucha y rechazaron los ataques de los extranjeros. Hubo mujeres que recobraron con vida a sus muertos. Unos se dejaron torturar, renunciando a ser liberados, para obtener una mejor resurrección. Otros sufrieron injurias y golpes, cadenas y cárceles. Fueron apedreados, despedazados, muertos por la espada. Anduvieron errantes, cubiertos con pieles de ovejas y de cabras, desprovistos de todo, oprimidos y maltratados. Ya que el mundo no era digno de ellos, tuvieron que vagar por desiertos y montañas, refugiándose en cuevas y cavernas. Pero, aunque su fe los hizo merecedores de un testimonio tan valioso, ninguno de ellos entró en posesión de la promesa. Porque Dios nos tenía reservado algo mejor, y no quiso que ellos llegaran a la perfección sin nosotros.
Carta a los Hebreos 11
Desde muy antiguo Dios interviene en la historia de los hombres: los llama, los congrega en un Pueblo, establece alianzas.
¿Qué importancia tiene para nosotros la historia de la Antigua Alianza? ¿Sigue Dios interviniendo en la historia? ¿Cómo?
¿En su propia historia?