5. Resucitados con Cristo a una vida nueva por el bautismo
La muerte y la resurrección de Jesús nos abren un camino nuevo: creer en El es nacer a una vida nueva.
La muerte y la resurrección de Jesús nos abren un camino nuevo: creer en El es nacer a una vida nueva. Con Cristo hemos pasado de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia. Cristo nos llama a convertirnos interiormente: acercamos a Dios, dejando de lado lo que es malo y corrompido.
Por la fe y el bautismo Dios nos hace nacer como hijos suyos y nos llena de su gracia. El mismo abre nuestros oídos y nuestros labios para que escuchemos con fe su Palabra y para que proclamemos sus maravillas. Marca nuestra frente con el signo de la cruz para luchar con esperanza. Nos da un corazón nuevo para amarlo a El sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como Cristo nos amó. El Espíritu Santo habita en nosotros y nos da vida eterna.
Todo esto es un serio compromiso que exige de nosotros una respuesta libre y consciente; y una conversión constante para resistir al mal y vivir en la justicia, la bondad y la sinceridad.
Cuando somos bautizados en el agua y el Espíritu Santo, participamos del Misterio Pascual de Jesús para morir al pecado y vivir para Dios.
Por el bautismo queda anulado en nosotros el pecado original. El primer hombre —Adán— se levantó contra Dios. Por eso todos los que somos sus hijos, necesitamos ser salvados y sólo por Cristo llegamos a ser hijos de Dios. Porque así como por Adán entraron en el mundo el pecado y la muerte, así por Cristo nos vienen la justicia y la vida. Adán desobedeció a Dios, Jesús, en cambio, se hizo hermano nuestro y obedeció a su Padre con amor.
Los que hemos sido bautizados nos llamamos cristianos. Formamos parte del Cuerpo de Cristo y somos miembros de la Iglesia, el Pueblo de Dios. Esta profunda unión que existe entre nosotros y Cristo se llama el Cuerpo Místico. Nuestro distintivo es la Señal de la Cruz. Mientras nos signamos en forma de cruz decimos:
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Antes de volver de este mundo al Padre, Jesús dio a sus apóstoles esta misión, para que todos los hombres sean salvados:
“Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”.
Evangelio de Mateo 28, 18-20
Por el bautismo, Jesucristo nos da la vida de los hijos de Dios, nos libra del pecado y nos hace miembros de su Iglesia.
Leamos en la Biblia
El diálogo de Jesús con Nicodemo
Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos. Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: «Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él». Jesús le respondió:
«Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios».
Nicodemo le preguntó: «¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?». Jesús le respondió:
«Te aseguro
que el que no nace del agua y del Espíritu
no puede entrar en el Reino de Dios.
Lo que nace de la carne es carne,
lo que nace del Espíritu es espíritu.
No te extrañes de que te haya dicho:
“Ustedes tienen que renacer de lo alto”.
El viento sopla donde quiere:
tú oyes su voz,
pero no sabes de dónde viene ni adónde va.
Lo mismo sucede
con todo el que ha nacido del Espíritu».
«¿Cómo es posible todo esto?», le volvió a preguntar Nicodemo. Jesús le respondió: «¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas?
Te aseguro
que nosotros hablamos de lo que sabemos
y damos testimonio de lo que hemos visto,
pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
Si no creen
cuando les hablo de las cosas de la tierra,
¿cómo creerán
cuando les hable de las cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo,
sino el que descendió del cielo,
el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él
tengan Vida eterna.
Porque Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en él no muera,
sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no es condenado;
el que no cree, ya está condenado,
porque no ha creído
en el nombre del Hijo único de Dios.
En esto consiste el juicio:
la luz vino al mundo,
y los hombres prefirieron
las tinieblas a la luz,
porque sus obras eran malas.
Todo el que obra mal
odia la luz y no se acerca a ella,
por temor de que sus obras sean descubiertas.
En cambio, el que obra conforme a la verdad
se acerca a la luz,
para que se ponga de manifiesto
que sus obras han sido hechas en Dios».
Evangelio de Juan 3, 1-21
La identificación con Cristo por el Bautismo
¿Qué diremos entonces? ¿que debemos seguir pecando para que abunde la gracia? ¡Ni pensarlo! ¿Cómo es posible que los que hemos muerto al pecado sigamos viviendo en él? ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva.
Porque si nos hemos identificado con Cristo por una muerte semejante a la suya, también nos identificaremos con él en la resurrección. Comprendámoslo: nuestro hombre viejo ha sido crucificado con él, para que fuera destruido este cuerpo de pecado, y así dejáramos de ser esclavos del pecado. Porque el que está muerto, no debe nada al pecado.
Pero si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, después de resucitar, no muere más, porque la muerte ya no tiene poder sobre él. Al morir, él murió al pecado, una vez por todas; y ahora que vive, vive para Dios. Así también ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
La liberación del pecado y el servicio de Dios
No permitan que el pecado reine en sus cuerpos mortales, obedeciendo a sus malos deseos. Ni hagan de sus miembros instrumentos de injusticia al servicio del pecado, sino ofrézcanse ustedes mismos a Dios, como quienes han pasado de la muerte a la Vida, y hagan de sus miembros instrumentos de justicia al servicio de Dios. Que el pecado no tenga más dominio sobre ustedes, ya que no están sometidos a la Ley, sino a la gracia.
¿Entonces qué? ¿Vamos a pecar porque no estamos sometidos a la Ley sino a la gracia? ¡De ninguna manera! ¿No saben que al someterse a alguien como esclavos para obedecerle, se hacen esclavos de aquel a quien obedecen, sea del pecado, que conduce a la muerte, sea de la obediencia que conduce a la justicia? Pero gracias a Dios, ustedes, después de haber sido esclavos del pecado, han obedecido de corazón a la regla de doctrina, a la cual fueron confiados, y ahora, liberados del pecado, han llegado a ser servidores de la justicia. Voy a hablarles de una manera humana, teniendo en cuenta la debilidad natural de ustedes. Si antes entregaron sus miembros, haciéndolos esclavos de la impureza y del desorden hasta llegar a sus excesos, pónganlos ahora al servicio de la justicia para alcanzar la santidad.
Los frutos del pecado y de la justicia
Cuando eran esclavos del pecado, ustedes estaban libres con respecto de la justicia. Pero, ¿qué provecho sacaron entonces de las obras que ahora los avergüenzan? El resultado de esas obras es la muerte. Ahora, en cambio, ustedes están libres del pecado y sometidos a Dios: el fruto de esto es la santidad y su resultado, la Vida eterna. Porque el salario del pecado es la muerte, mientras que el don gratuito de Dios es la Vida eterna, en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Carta a los Romanos 6
El renacimiento bautismal
Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, él nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos en esperanza herederos de la Vida eterna.
Carta a Tito 3, 4-7
La casi totalidad de los argentinos hemos sido bautizados, ¿qué significa para usted estar bautizado?
¿Por qué es un acontecimiento importante en su vida?