14. Hacemos oración con Jesús y con todo el pueblo de Dios
Mientras peregrina por el mundo, el Pueblo de Dios hace constantemente oración.
Mientras peregrina por el mundo, el Pueblo de Dios hace constantemente oración. Dios está presente en medio de nosotros y podemos hablar con Él de corazón a corazón.
En la oración el Espíritu Santo nos hace escuchar con fe la Palabra de nuestro Padre, nos mantiene en la esperanza y nos ayuda a responder con amor a su Voluntad. El mismo Espíritu va despertando en nosotros los sentimientos de Jesús. Tal es la confianza que tenemos en Dios que podemos dirigirnos a El como a nuestro Padre. Así nos enseño Jesucristo.
En repetidas ocasiones Jesús se retiraba para estar a solas con su Padre. Se alegraba en la grandeza de Dios, estaba atento a su voluntad y le daba gracias por su amor. Presentaba a Dios sus sufrimientos y las necesidades de todos los hombres y pedía perdón por nuestros pecados. Animados por la enseñanza de Jesús, cada uno de nosotros puede rezar a Dios del mismo modo.
“En una oportunidad, Jesús estaba orando y cuando terminó,
uno de sus discípulos le dijo:
—Señor, enséñanos a orar
El les dijo entonces:
—Cuando oren, digan:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino,
que se haga tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como nosotros perdonamos
a los que nos han ofendido.
No nos dejes caer en la tentación,
sino líbranos del mal”.
Evangelio de Lucas 11, 1-2 y Evangelio de Mateo 6, 9-13
Pero no rezamos sólo individualmente, sino también todos juntos. Reunidos en el nombre de Cristo, sea en familia, sea en el templo o dondequiera nos encontremos con otros cristianos, hacemos oración en común, como Pueblo de Dios. Unimos nuestras voces para cantar y aclamar a nuestro Dios. Escuchamos la proclamación de la Sagrada Escritura, la meditamos y nos ayudamos mutuamente a comprenderla. Juntos rezamos para adorar a Dios, para agradecerle, para pedirle perdón y para rogar por todas las necesidades. La oración nos fortalece en los momentos de tentación.
Cuando rezamos así, en común, Cristo resucitado está realmente presente entre nosotros para damos su vida. La oración comunitaria por excelencia se hace en la liturgia, en particular en la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos. La liturgia se adapta a todos los tiempos y a todas las naciones, pero siempre es la misma oración del Pueblo de Dios en Cristo.
Cuando hacemos oración abrimos nuestro corazón para escuchar a Dios y aceptar su amor, lo alabamos, le damos gracias, le pedimos perdón y le presentamos nuestras necesidades y las de todo el mundo.
Leamos en la Biblia
La oración de Jesús en Getsemaní
Cuando Jesús llegó con sus discípulos a una propiedad llamada Getsemaní, les dijo: «Quédense aquí, mientras yo voy allí a orar». Y llevando con él a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: «Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí, velando conmigo». Y adelantándose un poco, cayó con el rostro en tierra, orando así: «Padre mío, si es posible, que pase lejos de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya».
Después volvió junto a sus discípulos y los encontró durmiendo. Jesús dijo a Pedro: «¿Es posible que no hayan podido quedarse despiertos conmigo, ni siquiera una hora? Estén prevenidos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil». Se alejó por segunda vez y suplicó: «Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que yo lo beba, que se haga tu voluntad».
Al regresar los encontró otra vez durmiendo, porque sus ojos se cerraban de sueño. Nuevamente se alejó de ellos y oró por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Luego volvió junto a sus discípulos y les dijo: «Ahora pueden dormir y descansar: ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar».
Evangelio de Mateo 26, 36-46
El Padrenuestro
Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo entonces: «Cuando oren, digan:
Padre, santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino;
danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdona nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos
a aquellos que nos ofenden;
y no nos dejes caer en la tentación».
La parábola del amigo insistente
Jesús agregó: «Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle”, y desde adentro él le responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos”. Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
La eficacia de la oración
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay algún padre entre ustedes que dé a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!».
Evangelio de Lucas 11, 1-13
La parábola del juez y la viuda
Después Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: «En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: “Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario”. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: “Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme”».
Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?».
La parábola del fariseo y el publicano
Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, dijo también esta parábola: «Dos hombres subieron al Templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba en voz baja: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”. En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado».
Jesús y los niños
También le presentaban a los niños pequeños, para que los tocara; pero, al ver esto, los discípulos los reprendían. Entonces Jesús los hizo llamar y dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él».
Evangelio de Lucas 18, 1-17
Jesús nos enseña que es necesario orar siempre sin desanimamos.
¿En qué momentos usted hace oración y cómo la hace?
¿En qué oportunidades reza usted junto con otros?
¿De qué manen puede usted convertir en oblación espiritual toda su vida y su trabajo?